Bioquímica de la vida cotidiana: Envases
Es inevitable admitir que la nanotecnología está
conquistando el mundo y que ya ha llegado a aplicaciones que jamás podríamos imaginar,
como es el campo de la medicina. Y claro, la alimentación no podía quedarse
atrás. Es verdad que siempre han existido las nanopartículas en nuestra
alimentación, aunque nosotros no hayamos sido conscientes de ello. Sin embargo,
estos últimos años ha sido el hombre quien ha querido introducir nuevos nanocompuestos
de forma involuntaria a la industria alimentaria, tanto en forma de alimentos
como de adyuvantes, y parece ser que el nanomundo crecerá significativamente en
las próximas décadas dentro de este área.
La utilización de partículas nano en la industria
alimenticia está creciendo tanto, que a día de hoy estas partículas no se
utilizan solo en el propio alimento, sino que también se utilizan en el envase
de dicho alimento. Y es que son muchas las
nanopartículas que se están empleando para retrasar el deterioro de los
alimentos basándose, para ello, en el
envasado alimentario. Entre los nanodispositivos que más se utilizan hoy en día
en el envasado alimentario se encuentran los nanosensores.
El crecimiento microbiano es la causa más
frecuente de alteración de la mayoría de alimentos frescos o procesados. Es
para evitar dicho problema, que se han creado nuevos sistemas de envase como
los envases activos y los inteligentes. Los envases activos se basan en la combinación de gases o
sustancias antimicrobianas que interaccionan con el alimento en el interior del
envase, aumentando así su vida útil. Sin embargo, no ofrece ninguna información
adicional al consumidor, por lo que n difiere tanto de los envases
tradicionales. Por su parte, los envases inteligentes se centran en una reacción entre el
propio alimento y el envase que dé lugar a una modificación en la etiqueta que
informe al consumidor de la calidad o del estado del producto. De este modo, proporcionan
al consumidor toda la información posible sobre el producto que contiene en su
interior.
Concretamente, es en este último caso
donde entran los nanosensores en juego, ya que un nanosensor alimentario es un
dispositivo integrado por un elemento de reconocimiento biológico (como una
enzima, por ejemplo) capaz de convertir una señal producida por el deterioro
del alimento en una señal que proporcione información al consumidor relativa al
estado del alimento, incluyendo su vida útil o frescura, entre otros; la
calidad del producto, al fin y al cabo. Aunque actualmente sí existen envases que contengan
nanosensores, todavía su producción no está tan extendida como es el caso de
los envases activos.
Un ejemplo del envase
activo serían las bolsas de lechuga como la que muestro en la siguiente foto
(marca Florette). Este tipo de producto se mantiene bastante fresco durante
días y ello se debe al tipo de envase que tiene. Como he mencionado antes,
estos envases se centran en la presencia de una
serie de sustancias capaces de sufrir cambios conforme el alimento vaya
deteriorándose. Normalmente, estos envases contienen carbono dióxido,
oxígeno e, incluso, nitrógeno para ayudar a generar una atmósfera específica que
disminuya el riesgo de aparición de microorganismos, alargando así su vida útil.
En el caso de los
envases inteligentes, sin embargo, su utilización no está tan extendida (no he
visto ninguno en el supermercado al que suelo ir), aunque poco a poco están
cogiendo fuerza. Uno de los ejemplos de estos envases es la etiqueta OnVu que
creó en el 2008 la empresa suiza Ernst Kneuss Geflügel como un indicador de la
frescura y la calidad de sus productos de pollo. Esta etiqueta aparece en el
envase del producto y sirve como indicador de isoterma. Concretamente, un
pigmento en el interior del símbolo de la manzana irradia UV durante el
envasado y se vuelve azul; a partir de ese momento, el color comienza a
desvanecerse con el tiempo y dependiendo de la temperatura. Dependiendo del
tiempo que haya guardado el pollo asado caliente, cambiará rápidamente el
color. De este modo, si el interior de la manzana es más pálido que el color de
la referencia del borde, el consumidor sabe que no se debe comer pollo.
Quién iba a decir hace un par de décadas, que la nanotecnología pudiese servir para mejorar la calidad de los alimentos que comemos. La verdad es que utilizar nanosensores que nos den pistan del estado de los productos es clave para evitar intoxicaciones por la alimentación. Aun así, esto solo acaba de empezar y estoy segura de que dentro de unos años se habrán conseguido objetivos que hoy en día ni nos imaginamos. Sin embargo, tenemos que tener claro que o sirve de nada el desarrollo y la mejora de todos estos productos, si la sociedad no confía en ellos. Es la labor de los expertos facilitar la información al respecto y quitar el miedo que los avances pueden crear en nuestra sociedad.
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